Zoa caminaba por las sinuosas
calles de su ciudad. Todo estaba en penumbra. La noche había llegado antes que
de costumbre, y las farolas estaban encendiéndose. Los truenos anunciaban la
tormenta, pero ella no los escuchaba. Llevaba puestos los auriculares. Sonaba una
música de tono melancólico. Alguien acariciaba las teclas del piano. No sabía
quién era, pero en ese momento tampoco le importaba. Se sorprendió cuando una
lágrima recorrió su rostro imparable, pero se sorprendió más cuando le
siguieron incontables perlas húmedas, que salían de sus ojos constantes. Entró en
el primer bar que vio, y se pidió una cerveza bien fría, en copa helada. Intentó
analizar lo que acaba de sucederle, pero no le encontraba ninguna explicación
que le convenciese.
Después de darle unos cuantos
tragos a su cerveza, empezó a explicarse aquella crisis. Tal vez tuviese que
ver con que nunca había sido chica de relaciones. Nunca le había interesado
aquello, le gustaba conocer gente, no tener ataduras, disfrutar de las noches
en las discotecas con las luces intermitentes e iluminación escasa. Le daba
igual el aspecto si el alma que ella creía que esa persona encerraba brillaba
por sí sola, pero ahora que quería experimentar una relación sana, de repente
la vida le daba la espalda. Pocos están a su altura. En su mirada hay un aire
enigmático, algo que produce que por mucho que creas conocer sus emociones, sus
vicios, defectos y virtudes, hace que nunca decaiga tu interés por ella, que
nunca dejes de querer escuchar su risa, sus historias. Yo, como narrador, la
conozco, se de lo que hablo, creedme.
La única relación alargada en el
tiempo, no había sido la mejor experiencia para adentrarse en ese mundo. Tal vez
él la quería de verdad, o tal vez no, pero en aquel momento, Zoa consideró que
era lo que necesitaba, y al principio las cosas no iban mal, pero las
discusiones, los celos empezaron a abrirse paso, resquebrajando una frágil
relación, un castillo de naipes. Él se ha ido lejos, y ella no lo echa de
menos.
Encuentra siempre los talentos
ocultos de las personas, hace envalentonarse a los tímidos, hace bajar la
guardia a los creídos, deja sin palabras a quien siempre tiene respuestas,
rebusca en los rincones más recónditos de las personas, y hace sentirse bien a
quien llevaba tiempo en una espiral de desesperación, con una risa que muchos
dicen que es una melodía si consiguen provocarle una carcajada sincera.
Es profunda y no encaja en ningún
canon, eso no le importa de ninguna manera. La opinión de los demás le resbala
como gotas de lluvia en un impermeable. Acepta consejos, pero no exigencias sobre
cómo dirigir su vida. Tiene sueños grandes, sabe que la mala suerte es
transitoria aunque últimamente se le olvida. No tiene miedo, no le tiemblan las
piernas cuando la situación es adversa. Se crece en los malos momentos y
siempre tiene las palabras adecuadas para que los que estén cabizbajos y con el
rostro entre las manos, levanten la cabeza y sonrían.
Muchas de estas cosas ella no las
sabe, pero como he dicho, un servidor la conoce y puede decirlas sin temor a
error. No se explica su mala racha. Solo quiere a alguien que la quiera como
es, con todas sus aristas, con sus buenos días y sus malos amaneceres. Solo eso,
que la aprecie.
Se ha terminado la cerveza sin
darse cuenta, paga la cuenta mientras tararea la canción que está ambientando
el local. En ese momento se da cuenta de que está sola en el bar, pero no en la
vida. Sonríe. Alguna vez se le olvida y se siente pequeña, pero cuando se
acuerda se siente plena. Buena familia, buenos amigos, buena cerveza. La vida a
veces puede ser bella hasta en las noches donde el día se oscurece antes de lo
esperado, ¿no? La historia, su historia solo acaba de empezar, y yo seguiré
aquí para relatarla.
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