1.Max,
a horse with no name
La luz del sol que se
filtraba por la ventana hizo abrir los ojos a Max, para cerrarlos
inmediatamente a continuación, cegado por la excesiva luminosidad. Esa noche
había dormido en un motel por horas. Esos moteles estaban enfocados a chicas de
compañía, que hacían allí su trabajo y se iban, pero Max conocía a los dueños,
una pareja de japoneses muy agradables y le habían dejado pasar la noche
entera. Cuando Max tenía dinero solía ir allí, si no dormía en un rincón del
parque que había descubierto, donde la corriente era mucho menor y las
posibilidades de que una paloma te usase de lienzo para hacer sus necesidades
fisiológicas también eran más bajas. Dormir bajo techo le ponía de un humor
inmejorable. Darse una buena ducha y poder desayunar en un pequeño bar que
también era de la pareja japonesa le parecía maravilloso, un plan perfecto. La
vida de Max no siempre había sido así; una vez tuvo un puesto en una empresa
importante, una familia y una bonita televisión de sesenta pulgadas, pero él
eso ya no lo recordaba y hasta a veces dudaba de su propio nombre, ¿Max?, ¿Así
se había llamado desde siempre?, imposible estar seguro.
En el bar estaban
puestas las noticias en el pequeño televisor. Hablaban del calentamiento
global, de las guerras en Siria y Oriente Próximo y diez minutos después
estaban hablando del peinado del jugador de fútbol de moda o del golpe maestro
de un tenista para ganar el partido, para después hablar del tiempo y de la ola
de frío que golpeará toda la costa durante la semana. El telediario ofrecía una
paleta de sensaciones que no podía darte ninguna película, libro o canción.
“Fantástico, el mundo está igual de mal que yo. El planeta duerme en cajas de
cartón, y los días con suerte consigue un techo. Es imposible sentirse más acompañado”
pensó Max. Dejó las tortitas sin terminar y se bebió de un trago lo que quedaba
de café. Siempre había sido más de beber que de comer. Salió a la calle a
disfrutar de un sol que no calentaba y de un viento que sí enfriaba.
Max solía ir a la entrada
de un gran centro comercial. Él no era de esos vagabundos que pedía, pero los
empleados siempre le daban algo, aunque fuese poco todo sumaba. Se había
apostado allí desde hacía años. Estaba cómodo, con la sensación de estar en su
lugar, de que si un día su corazón dejara de latir, a alguien le importaría. –
¿Cómo va la jornada Max?—le preguntó Bonnie, una de las limpiadoras que había
salido a fumarse un cigarrillo. –No va mal, supongo. Hoy he dormido bajo techo
que nunca está mal, ya sabes, por cambiar la rutina, ¿tú qué tal?—respondió
Max. –Bah, lo de siempre. Problemas en casa, problemas con los niños, problemas
con mi marido. A veces me gustaría ser tú—dijo Bonnie, pero se arrepintió antes
de terminar de decirlo porque las últimas palabras se le quedaron en la
garganta. Miró a Max con una expresión de disculpa. Max se rio—Claro que te
gustaría. Paso muchas menos horas que tú aquí y seguramente cobre más—Bonnie lo
miró con una sonrisa sincera. –Siempre tan tú Max, siempre tan tú—le pasó una
mano por la cara cariñosamente y se marchó de nuevo a trabajar.
Max se quedó un rato
más allí, pero apenas salieron dos trabajadores que no conocía, de la segunda
planta, la de moda de caballero a juzgar por su atuendo y nadie más, así que se
marchó con las manos vacías y los bolsillos tiritando, o al revés. Esa mañana
era una de las más frías del invierno.
Después de su jornada
en el centro comercial se iba al bar de Siffredi, un italiano con pinta de
mafioso pero con un buen corazón, que siempre invitaba a Max a una cerveza y
algo de comer. Llegó antes de lo habitual y el bar estaba cerrado. Max intentó
mirar a través de las ahumadas ventanas pero no vio a nadie, así que decidió
hacer tiempo dando un paseo por la zona. No solía hacerlo, así que aquella le
pareció una buena idea. Investigar un poco la zona; quizá encontrase un
rinconcito mejor que el del parque en el que pasaba la mayoría de las noches.
Max se dio cuenta de que aquel barrio era un barrio rico, y que la gente lo
miraba con prejuicios, ya que él era una mezcla atípica. No llevaba andrajos,
aunque sus prendas tuviesen algún que otro agujero, tampoco olía mal y menos
aquel día, que había podido ducharse a placer, sin embargo su pelo descuidado,
su barba cerrada y desordenada, y su boca mellada, eran las características que
completaban el pack, y en las que más se fijaba la gente.
Decidió ir por una
calle secundaria, ya que no soportaba ser el objetivo de las miradas de nadie.
La calle estaba semivacía. Vio que daba a una especie de plazoleta y hasta allí
se acercó. Cuando llegó allí, se dio cuenta de que no era ninguna plazoleta, si
no un aparcamiento abandonado que se había convertido en una especie de
descampado. Unas voces, al principio amortiguadas por la lejanía, empezaron a
llegarle a los oídos. Cuando se acercó sigilosamente, vio a un hombre y una
mujer discutir a voz en grito, sobre todo la mujer. El hombre parecía que
intentaba mantener la calma, o que no quería que nadie le escuchara. La mujer,
histérica, tenía el maquillaje distribuido por toda la cara, aunque no de la
manera adecuada seguramente. Parecía que hubiera estado llorando, aunque ahora
hablaba con voz potente y autoritaria. El hombre estaba de espaldas; Max, por temor a que le vieran, se puso
detrás de unos contenedores viejos, para saciar la irrefrenable curiosidad
humana.
2.Max
y Trish, how to safe a life
Max estaba en la puerta
del bar de Siffredi, donde había quedado con Trish. Era el único sitio que se
podía permitir. Él no tendría que pagar su cena, y Trish solo tendría que pagar
la suya. Además, era barato y por eso a Trish le gustó la perspectiva de probar
aquel sitio. No parecía que tuviera mucho dinero tampoco; algo más que Max,
desde luego, pero tampoco mucho. Trish parecía que se estaba retrasando y Max
pensó que se habría encontrado con alguien; pero cuanto más tardaba,
pensamientos más oscuros acudían a la cabeza de Max, como la posibilidad de que
le hubiera pasado algo malo, o de que se hubiera arrepentido de quedar con él.
Max, que se había afeitado por primera vez en mucho tiempo, y había ido a la
peluquería después de pedirle de rodillas un préstamo de diez dólares a su
amiga Bonnie.
Aquella cena,
posiblemente fuese lo más importante desde que lo despidieron de su antigua
empresa y de su antigua vida. Max no recordaba lo mucho que necesitaba hacer
algo que mereciera la pena o que él creyese que merecía la pena, aunque hasta
ese momento se le hubiera olvidado. Tener la sensación de no ser un estorbo.
Qué amnesia más larga y más tonta había tenido durante tantos años.
Mientras tanto, Trish
estaba sentada en un banco a un par de calles de donde había quedado con aquel
peculiar vagabundo. Llegaba tarde, lo sabía; hacía frío, lo notaba, pero tenía
la duda de que si lo que estaba haciendo estaba bien, o debía olvidarlo antes
de que no hubiese marcha atrás. Tal vez debería olvidarlo y volver a su casa,
pero una ráfaga de viento más fuerte que las anteriores, le hizo levantarse de
ese banco y acudir a su cita con el mendigo.
Max seguía pensando en
sus asuntos cuando vio a Trish. Ella no lo reconoció. “Normal”, admitió Max. Se
había acicalado más que en los últimos años, y si no fuese por el mal estado de
su dentadura, no parecía que fuera la misma persona. Max interceptó a Trish
antes de que ella pudiera pasar al bar. Le dio el papel que Trish había
garabateado y le había dado por la mañana con su nombre y número de teléfono, para
demostrar que era él y los dos entraron al bar.
Dentro olía a pan
recién hecho y a cerveza. No olía mal, lo que alivió a Max, que no quería que
Trish se llevara una peor impresión de él de la que ya podía tener. Pidieron
unos macarrones y un par de cervezas frías y se quedaron mirando en silencio,
sin saber muy cómo empezar, o sin saber muy bien que decir. — ¿Qué opinas?,
¿Debería ir a la policía?—fue Trish la que abrió la conversación. Max la miró
sin saber cómo aconsejarle, —Creo que deberías esperar, aún no tienes pruebas;
esperar a que nazca el niño, demostrar que es su hijo, y entonces atacar en ese
momento—terminó de decir Max. –No lo sé. No sé ni cómo te llamas, ni porque
estoy aquí, pero cierto es que estoy desesperada. Tengo miedo. Hace tiempo vi
en una película, como en una situación parecida, el hombre contrataba a un
sicario y acababa con la amante. Prefería cargar con la muerte de alguien que
ver su vida desmoronarse y eso es lo que me puede pasar—Trish hablaba
atropelladamente, muy rápido, como si llevase esas palabras dentro desde hacía
mucho y las estuviera vomitando.—Eso solo ocurre en la ficción—dijo Max, aunque
sabía que no era cierto—déjame hacer unas llamadas y mañana o pasado lo tienes
solucionado; verás como algo puedo hacer—. Trish lo miró asustada. ¿Quién era
aquel hombre?, no era un mendigo al uso; parecía alguien importante, alguien
que quería ir de incógnito. La esencia de un hombre relevante en el frasco de
un vagabundo. —No te entiendo. No quiero que hagas daño a Pitt, es un buen
hombre, pero un cobarde. No debería haber venido—le pidió Trish. –No le pasará
nada. Por ahora tienes que volver a tu casa y blindarte, o a un motel un par de
noches. Conozco uno muy agradable con desayuno incluido…—no quiero ir a un
motel— respondió Trish. De repente aquello le empezó a dar miedo. Max sabía que
la había asustado así que decidió centrar la conversación en ese tal Pitt.
–¿Cómo dices que se llama?, Pitt…—Lauvergne—terminó la frase Trish. Pitt
Lauvergne; ese nombre le traía muchos recuerdos a Max. Tantos que se tuvo que
sostener la cabeza con las manos.
3.Trish
y Pitt, I Want your Lovin´
Pitt conducía por la
calle principal de la ciudad. Un nerviosismo persistente le recorría desde los
pies hasta el cuello. Daba bruscos volantazos, se le caló el coche un par de
veces y rugía como si necesitase respirar, pero Pitt no podía parar. Llegaba
tarde a su cita con aquella mujer que le estaba amargando la vida. Tampoco le
importaba. No quería verla. Hace un par de años, cuando empezó a acostarse con
frecuencia con ella, aquello le parecía una idea fantástica. Se acostaba con
una mujer, y volvía al calor del hogar con otra, que le quería y que le daba la
estabilidad económica que necesitaba. No siempre iba bien en el bufete y ahora
que las cosas empezaban a irle bien en el despacho, a Pitt se le complicaba la
vida clandestina que había llevado.
No podía prever, que
aquello ocurriría, que esa mujer se quedaría embarazada de él, pero tampoco
entendía su obstinación en tener el niño, o la niña, o lo que fuera. Le parecía
una chica soñadora, obcecada y algo imbécil. La quería, o por lo menos la había
querido. Ahora le gustaría que desapareciera de su vida.
Allí estaba ella, en el
viejo aparcamiento donde se habían reunido las últimas veces, ya que él no
quería volver a quedar en su casa. Nunca había nadie, y por ello era un buen
lugar para hablar. La mañana era tremendamente fría, pero en aquel lugar parecía
como si uno se sintiera más resguardado, aunque cuando Trish empezó a gritar,
el vendaval hizo olvidar a Pitt cualquier sensación agradable. –Pitt, voy a ir
a tu casa, voy a tener a mi hijo, y se lo voy a decir a tu mujer. No eres un
político como para hacerme tantas falsas promesas. “Te quiero Trish, me
divorciaré Trish, dame tiempo Trish”, eres basura—terminó de decir Trish exhausta.
–Baja la voz mujer. ¿Cuánto dinero quieres?, he encontrado una buena clínica en
Los Ángeles para que abortes. El médico es cliente de mi bufete y me ha aseg…—respondió
Pitt que no pudo terminar antes de que Trish lo interrumpiese. – ¡No quiero
dinero, no quiero abortar, ni siquiera te quiero hijo de puta!—gritó Trish.
–Cálmate—suplicó. –No quiero—lloraba Trish—no era tan difícil. Solo te tenías
que separar de tu maldita mujer, y seríamos felices, pero no quisiste y mira
donde hemos llegado. Claro que te quiero Pitt—farfulló Trish, que se había
recompuesto y se había limpiado las lágrimas llevándose por delante su
maquillaje.
La discusión no
avanzaba y solo era una ristra de insultos y posteriores disculpas que no
llevaban a nada. Trish se percató de la presencia de alguien, pero no se lo
dijo a Pitt. No supo porque, pero tal vez un testigo no le vendría mal, así que
se calló hasta que Pitt se marchó en su cadiilac gris sin haber llegado a
ningún acuerdo con ella.
Se acercó sigilosamente
al lugar donde había visto la silueta y comprobó como el hombre que había
estado allí, intentaba huir. Trish lo persiguió y lo cogió por la solapa de un
abrigo andrajoso. No era más que un mendigo, pero un impulso le hizo
decir—Necesito hablar con alguien—el hombre asintió. Le escribió en un papel su
número y su nombre y se marchó con paso rápido.
Por la tarde recibió
una llamada. Al otro lado, una voz suave le dijo que si quería podían quedar en
el bar de Siffredi a las 7. Le pasó la dirección y colgó. Trish se quedó
sentada en su sillón durante largo rato, sin pensar en nada.
4.Pitt
y Julia, Out of Time Man
Pitt bebía su café
mientras echaba un vistazo al periódico. No se centraba en ninguna de las
noticias, paseaba por los titulares sin posarse en ninguno. Estaba nervioso,
como cada vez que se iba a encontrar con Trish, y aunque hacía múltiples
esfuerzos, como que no le temblaran las manos o la voz, Julia se lo notaba.
Siempre conseguía evadir las preguntas que le hacía con alguna broma, que
también le servía para relajarse, pero aquel día era diferente. No se notaba
con ganas de bromear, así que apostó por otra estrategia cuando ella le
preguntó si estaba bien. –Estoy bien cariño, pero hoy tengo un caso
importante—dijo Pitt. Julia preguntó que de qué se trataba. –Verás, es una
chica que ha venido a nuestro bufete, diciendo que está embarazada de un hombre
que no es su marido, si no su amante, y él se niega a tener el hijo, o por lo
menos hacerse cargo de él, ya que tiene una familia y es feliz, y a ella solo
la considera un despiste, algo pasajero, sin trascendencia—terminó de decir
Pitt. Julia lo miró con aire reflexivo. Estaba pensando en cómo lo resolvería.
-Por cómo me lo has
contado parece que lo supieras de primera mano—dijo Julia
-Bueno, ya sabes que me
tomo el trabajo muy en serio—respondió Pitt
-Deberías relajarte,
parece que estas cosas te afectan como si fuesen algo personal-
-Lo sé, ya me conoces,
pero ¿tú qué harías, o que consejo le darías?-
-Mmm, le diría que es
lo que pasa cuando pretendes que por chupársela a alguien, la otra persona va a
cambiar su vida. Hombres, mujeres, todos necesitamos desahogarnos de la rutina,
del día a día. El problema es el hijo; pero como es ella la que te ha pedido
ayuda, tendrás que encontrar algún requiebro jurídico para que el hombre asuma
su paternidad y se haga responsable de lo que ha hecho, de su “despiste”—dijo Julia
haciendo énfasis en la última palabra.
Pitt no se esperaba
aquella respuesta. Por un lado parecía que Julia conocía sus escarceos con
Trish, pero que los asumía y los aceptaba, dando a entender que ella también
había tenido sus aventuras. Por otro lado le decía que debía cargar con lo que
había hecho al no haber tenido cuidado. No sabía que pensar. Pitt le dio las
gracias, un beso y se marchó más nervioso que antes, si es que eso era posible.
5.Julia
y Max, Black Night
Max estaba en casa de
Julia. Julia en aquel momento no estaba casada. Max no sabía muy bien qué hacía
allí, solo que Julia le llenaba la copa de vino constantemente. Pensándolo bien,
sabía perfectamente porque estaba allí. Julia empezó a acercarse suavemente a
sus labios y Max la evitó como pudo. –No puedo—dijo Max. –Estás despedido—dijo Julia.
Max salió de su casa
rápidamente. No quería seguir allí. Estaba relativamente ebrio y aquella mujer
le daba miedo. Intentaría cualquier cosa por mantener a flote su reputación y
su empresa y ella sabía que Max era el único que podía hundirla. Sus demás empleados
estaban demasiado ciegos como para poder verlo. Volvió a casa, con su mujer y
sus hijos y se recostó junto a su mujer y la abrazó con fuerza. Ella se
revolvió y le devolvió el abrazo.
Max era el secretario
de Julia, y había descubierto un desfalco en las facturas, algo que no
concordaba; una desviación de fondos hacia sus propias cuentas, e inocentemente
le había preguntado si era un error, porque no concebía que Julia hiciese eso;
pero cuando se lo comentó y ella cerró la puerta de su despacho y le dijo “ven
a mi casa mañana y lo hablamos con tranquilidad” supo que era cierto. Que Julia
se había estado lucrando de las ganancias de su empresa.
Los siguientes meses
Max preparó junto a un abogado de primera, o eso decía su bufete, llamado Pitt
Lauvergne una defensa férrea. Las pruebas eran concluyentes, pero en el juicio
esas pruebas desaparecieron como por arte de magia; las preguntas que les hizo
a los testigos no eran las pactadas y después se supo que Pitt Lauvergne había
empezado a salir con Julia. Max tuvo que pagar unos honorarios que
prácticamente lo dejaron en la ruina, aparte de que había perdido su trabajo. Pitt
le dijo que lo sentía mucho pero que así era la vida. Max no tenía ni fuerzas
para darle un puñetazo. Su mujer e hijos lo dejaron y Max empezó a vagar sin
rumbo por las calles después de que el banco le embargara su casa por no poder
afrontar la hipoteca, la luz o el gas.
6.Max
y Johnny, Key to the highway
Max después de su cena
con Trish, barajó las diferentes opciones para ayudarla. Podría hablar él mismo
con Pitt, pero seguramente le reconocería, y además él no imponía lo suficiente
como para decirle que no le hiciera nada a Trish y que la dejase actuar
libremente; le habría encantado darle una paliza y decirle que así era la vida;
que la vida te devuelve lo que tú le das, pero él no era así y desechó aquella
posibilidad.
Entonces pensó en
Johnny, Johnny PechoHojalata, así lo llamaban porque recibió tres balazos en el
pecho y sobrevivió. Era un sicario de poca monta, pero a raíz de aquel suceso
se había formado una leyenda sobre él, y había ganado bastante respeto en la
ciudad. Max sabía que era arriesgado contactar con él, por lo que pudiera
hacer. Estaba algo desequilibrado, pero siendo realistas, Max no podría pagar a
alguien más cualificado para lo que él necesitaba. Alguien que lo intimidase y
le dijese que si a Trish le pasaba algo, a él le pasaría lo mismo pero elevado
al cuadrado. Johnny no sabía ni lo que era una potencia como para decirle
aquello.
Max lo conocía bien. Le
hizo un favor cuando la policía lo estaba persiguiendo hace años por un
intercambio de drogas que salió mal. Johnny le pidió ayuda desesperado y Max lo
guió a través de unas callejuelas por las que Max había aprendido a moverse
como un guepardo. Sigiloso, rápido y efectivo. Nunca le había pedido nada a cambio,
aunque Johnny después de eso le ofreció trabajar para él, pero Max tenía unos
principios. Ahora veía como esos principios se desmoronaban.
Max después de dudarlo,
llamó a Johnny y le dijo el plan. Eran algo más de las ocho de la tarde. –No quiero
que le agredas, si acaso una pequeña caricia para que sepa que vas en serio. Espero
que lo entiendas Johnny—dijo Max. –Claro amigo. Asustarlo, sin más, y si no le
entiende un puño americano directo a su ojo. Claro que lo entiendo—respondió Johnny
al otro lado del teléfono. Max resopló; le dio la dirección de donde trabajaba
y le dijo que lo esperase y estudiara su ruta un par de días para elegir el
mejor momento. Aquello no le daba ninguna seguridad. Trish ni siquiera le había
pedido ayuda, solo quería hablar con alguien, pero Max sabía cómo iban estas
cosas; siempre perdían los débiles y aquella era una oportunidad de cambiar el
rumbo. Además, un sentimiento interno de vendetta le recorría las entrañas,
aunque intentase negárselo a sí mismo.
7.Johnny
y Pitt, broken bones
Johnny, después de
seguir un par de días a Pitt y conocer su ruta, pensó que el mejor momento era
cuando salía de trabajar e iba a por su coche. En aquel momento, todo estaba
muy oscuro en aquel parking público y no salía acompañado por nadie, pero para
asegurarse de que nadie le viera, se quedaría esperando dentro de su coche,
como en las películas, le apuntaría con una pistola y lo controlaría a su
antojo. Lo llevaría a un pequeño descampado y le daría una buena paliza. Max no
entendía de estas cosas. O las cosas se hacía bien o no se hacían; esa era la
filosofía de Johnny. Con palabras no iba a conseguir nada, así que lo mejor era
pasar al segundo plato directamente; a que hablase su mejor argumento, sus
puños.
El plan salió a la
perfección. Pitt salió como siempre de su trabajo hacia las nueve de la noche,
Johnny lo sorprendió dentro de su coche, lo llevó al pequeño descampado y le
dio una paliza que hasta él se tuvo que poner hielo en los nudillos al volver a
casa. A cada golpe decía, “esto es por Trish. Si le pasa algo, en la próxima no
te dejo con vida”. Más o menos era lo que Johnny le había dicho que dijese. Quizá más menos
que más, pero que más daba. El mensaje le iba a quedar claro. Cuando terminó,
en un arranque de piedad, se fue a una cabina cercana, y llamó a una ambulancia.
Estaba inconsciente, pero sobreviviría, o eso quería pensar Johnny.
Johnny llamó a Max y le
contó la situación. Este le gritó, le insultó y le dijo que era un inepto en su
trabajo. Aquello no le ofendió porque no sabía lo que era. Le sonaba a salsa
exótica. “Ponme una lubina, pero con inepto, que le da un buen sabor”. Se rió
de sus propios pensamientos y se fue cuando empezaban a sonar las sirenas de la
ambulancia.
8.Max,
Hero?
Después de recibir la
llamada de Johnny, Max volvió a entrar en el bar de Siffredi, el único techo
que se podía permitir. La barba le volvía a salir, el pelo pronto se le
descontrolaría, y su mandíbula mellada seguiría allí. Se apoyó en la barra
cansado de todo. Todos aquellos sueños de cambiar de vida, de una segunda
oportunidad, se desvanecieron como huellas en la arena, como gotas de lluvia en
un cristal. Todo parecía haber sido un espejismo. Sabía que aquello era lo más
probable, que Johnny le asestara una paliza a Pitt Lauvergne, y por dentro quería
que aquello ocurriera, pero después de todo, el fuego de su venganza se había
mitigado, y ni siquiera se sentía cómodo consigo mismo. No conseguía encontrar
la postura en el taburete. Pidió otra cerveza a Siffredi y se quedó sentado
largo rato.
¿Héroe?, ¿villano? Depende
del lado del que lo mires, claro. Quería creer que había salvado una vida, que
a lo mejor ni siquiera estaba en peligro, pero que se había hecho creer que si
lo estaba, y que lo que estaba haciendo era lo correcto. Para salvar una vida,
quizá había arruinado otra. Después de ir dando tumbos, se refugió en su
pequeño rincón del parque, y concilió el sueño de los borrachos. Un sueño
pesado, irregular y lleno de dulces pesadillas.
A la mañana siguiente,
Trish lo llamó histérica, después de haberse enterado de lo que le había hecho a
Pitt. Max intentó explicarle, que ese no era su plan y que lo sentía, pero ella
le dijo que se lo diría a la policía, que era un monstruo. Pitt era un gallina,
pero no se merecía aquello y jamás le habría hecho daño. Colgó y Max se
incorporó como pudo y se sentó en aquel banco. Tenía algo de resaca, y los
gritos de Trish no habían ayudado a mitigarla. Cogió sus escasas pertenencias
escondidas en un seto cercano, y fue al centro comercial como cada mañana, pero
esta vez, todo le olía a despedida. Johnny le llamó y le dijo que lo mejor es
que se fuera de la ciudad, que las cosas se podían poner chungas. Max lo sabía.
Todo aquello que él había creído que era su segunda oportunidad, no lo era,
pero quizá esta vez sí. Otra ciudad, otro comienzo.
-Hola Bonnie. Me voy de
la ciudad y quería decirte adiós—dijo Max
-Hola cariño. Llevo años
esperando que lo hagas. Te mereces un nuevo comienzo—respondió Bonnie.
-No creo, pero aún así
me lo voy a permitir—Max caminó hacía el horizonte con paso decidido.