miércoles, 15 de noviembre de 2017

Hubo días mejores

1.Max, a horse with no name

La luz del sol que se filtraba por la ventana hizo abrir los ojos a Max, para cerrarlos inmediatamente a continuación, cegado por la excesiva luminosidad. Esa noche había dormido en un motel por horas. Esos moteles estaban enfocados a chicas de compañía, que hacían allí su trabajo y se iban, pero Max conocía a los dueños, una pareja de japoneses muy agradables y le habían dejado pasar la noche entera. Cuando Max tenía dinero solía ir allí, si no dormía en un rincón del parque que había descubierto, donde la corriente era mucho menor y las posibilidades de que una paloma te usase de lienzo para hacer sus necesidades fisiológicas también eran más bajas. Dormir bajo techo le ponía de un humor inmejorable. Darse una buena ducha y poder desayunar en un pequeño bar que también era de la pareja japonesa le parecía maravilloso, un plan perfecto. La vida de Max no siempre había sido así; una vez tuvo un puesto en una empresa importante, una familia y una bonita televisión de sesenta pulgadas, pero él eso ya no lo recordaba y hasta a veces dudaba de su propio nombre, ¿Max?, ¿Así se había llamado desde siempre?, imposible estar seguro.
En el bar estaban puestas las noticias en el pequeño televisor. Hablaban del calentamiento global, de las guerras en Siria y Oriente Próximo y diez minutos después estaban hablando del peinado del jugador de fútbol de moda o del golpe maestro de un tenista para ganar el partido, para después hablar del tiempo y de la ola de frío que golpeará toda la costa durante la semana. El telediario ofrecía una paleta de sensaciones que no podía darte ninguna película, libro o canción. “Fantástico, el mundo está igual de mal que yo. El planeta duerme en cajas de cartón, y los días con suerte consigue un techo. Es imposible sentirse más acompañado” pensó Max. Dejó las tortitas sin terminar y se bebió de un trago lo que quedaba de café. Siempre había sido más de beber que de comer. Salió a la calle a disfrutar de un sol que no calentaba y de un viento que sí enfriaba.
Max solía ir a la entrada de un gran centro comercial. Él no era de esos vagabundos que pedía, pero los empleados siempre le daban algo, aunque fuese poco todo sumaba. Se había apostado allí desde hacía años. Estaba cómodo, con la sensación de estar en su lugar, de que si un día su corazón dejara de latir, a alguien le importaría. – ¿Cómo va la jornada Max?—le preguntó Bonnie, una de las limpiadoras que había salido a fumarse un cigarrillo. –No va mal, supongo. Hoy he dormido bajo techo que nunca está mal, ya sabes, por cambiar la rutina, ¿tú qué tal?—respondió Max. –Bah, lo de siempre. Problemas en casa, problemas con los niños, problemas con mi marido. A veces me gustaría ser tú—dijo Bonnie, pero se arrepintió antes de terminar de decirlo porque las últimas palabras se le quedaron en la garganta. Miró a Max con una expresión de disculpa. Max se rio—Claro que te gustaría. Paso muchas menos horas que tú aquí y seguramente cobre más—Bonnie lo miró con una sonrisa sincera. –Siempre tan tú Max, siempre tan tú—le pasó una mano por la cara cariñosamente y se marchó de nuevo a trabajar.
Max se quedó un rato más allí, pero apenas salieron dos trabajadores que no conocía, de la segunda planta, la de moda de caballero a juzgar por su atuendo y nadie más, así que se marchó con las manos vacías y los bolsillos tiritando, o al revés. Esa mañana era una de las más frías del invierno.
Después de su jornada en el centro comercial se iba al bar de Siffredi, un italiano con pinta de mafioso pero con un buen corazón, que siempre invitaba a Max a una cerveza y algo de comer. Llegó antes de lo habitual y el bar estaba cerrado. Max intentó mirar a través de las ahumadas ventanas pero no vio a nadie, así que decidió hacer tiempo dando un paseo por la zona. No solía hacerlo, así que aquella le pareció una buena idea. Investigar un poco la zona; quizá encontrase un rinconcito mejor que el del parque en el que pasaba la mayoría de las noches. Max se dio cuenta de que aquel barrio era un barrio rico, y que la gente lo miraba con prejuicios, ya que él era una mezcla atípica. No llevaba andrajos, aunque sus prendas tuviesen algún que otro agujero, tampoco olía mal y menos aquel día, que había podido ducharse a placer, sin embargo su pelo descuidado, su barba cerrada y desordenada, y su boca mellada, eran las características que completaban el pack, y en las que más se fijaba la gente.
Decidió ir por una calle secundaria, ya que no soportaba ser el objetivo de las miradas de nadie. La calle estaba semivacía. Vio que daba a una especie de plazoleta y hasta allí se acercó. Cuando llegó allí, se dio cuenta de que no era ninguna plazoleta, si no un aparcamiento abandonado que se había convertido en una especie de descampado. Unas voces, al principio amortiguadas por la lejanía, empezaron a llegarle a los oídos. Cuando se acercó sigilosamente, vio a un hombre y una mujer discutir a voz en grito, sobre todo la mujer. El hombre parecía que intentaba mantener la calma, o que no quería que nadie le escuchara. La mujer, histérica, tenía el maquillaje distribuido por toda la cara, aunque no de la manera adecuada seguramente. Parecía que hubiera estado llorando, aunque ahora hablaba con voz potente y autoritaria. El hombre estaba de espaldas; Max, por temor a que le vieran, se puso detrás de unos contenedores viejos, para saciar la irrefrenable curiosidad humana.

2.Max y Trish, how to safe a life

Max estaba en la puerta del bar de Siffredi, donde había quedado con Trish. Era el único sitio que se podía permitir. Él no tendría que pagar su cena, y Trish solo tendría que pagar la suya. Además, era barato y por eso a Trish le gustó la perspectiva de probar aquel sitio. No parecía que tuviera mucho dinero tampoco; algo más que Max, desde luego, pero tampoco mucho. Trish parecía que se estaba retrasando y Max pensó que se habría encontrado con alguien; pero cuanto más tardaba, pensamientos más oscuros acudían a la cabeza de Max, como la posibilidad de que le hubiera pasado algo malo, o de que se hubiera arrepentido de quedar con él. Max, que se había afeitado por primera vez en mucho tiempo, y había ido a la peluquería después de pedirle de rodillas un préstamo de diez dólares a su amiga Bonnie.
Aquella cena, posiblemente fuese lo más importante desde que lo despidieron de su antigua empresa y de su antigua vida. Max no recordaba lo mucho que necesitaba hacer algo que mereciera la pena o que él creyese que merecía la pena, aunque hasta ese momento se le hubiera olvidado. Tener la sensación de no ser un estorbo. Qué amnesia más larga y más tonta había tenido durante tantos años.
Mientras tanto, Trish estaba sentada en un banco a un par de calles de donde había quedado con aquel peculiar vagabundo. Llegaba tarde, lo sabía; hacía frío, lo notaba, pero tenía la duda de que si lo que estaba haciendo estaba bien, o debía olvidarlo antes de que no hubiese marcha atrás. Tal vez debería olvidarlo y volver a su casa, pero una ráfaga de viento más fuerte que las anteriores, le hizo levantarse de ese banco y acudir a su cita con el mendigo.
Max seguía pensando en sus asuntos cuando vio a Trish. Ella no lo reconoció. “Normal”, admitió Max. Se había acicalado más que en los últimos años, y si no fuese por el mal estado de su dentadura, no parecía que fuera la misma persona. Max interceptó a Trish antes de que ella pudiera pasar al bar. Le dio el papel que Trish había garabateado y le había dado por la mañana con su nombre y número de teléfono, para demostrar que era él y los dos entraron al bar.
Dentro olía a pan recién hecho y a cerveza. No olía mal, lo que alivió a Max, que no quería que Trish se llevara una peor impresión de él de la que ya podía tener. Pidieron unos macarrones y un par de cervezas frías y se quedaron mirando en silencio, sin saber muy cómo empezar, o sin saber muy bien que decir. — ¿Qué opinas?, ¿Debería ir a la policía?—fue Trish la que abrió la conversación. Max la miró sin saber cómo aconsejarle, —Creo que deberías esperar, aún no tienes pruebas; esperar a que nazca el niño, demostrar que es su hijo, y entonces atacar en ese momento—terminó de decir Max. –No lo sé. No sé ni cómo te llamas, ni porque estoy aquí, pero cierto es que estoy desesperada. Tengo miedo. Hace tiempo vi en una película, como en una situación parecida, el hombre contrataba a un sicario y acababa con la amante. Prefería cargar con la muerte de alguien que ver su vida desmoronarse y eso es lo que me puede pasar—Trish hablaba atropelladamente, muy rápido, como si llevase esas palabras dentro desde hacía mucho y las estuviera vomitando.—Eso solo ocurre en la ficción—dijo Max, aunque sabía que no era cierto—déjame hacer unas llamadas y mañana o pasado lo tienes solucionado; verás como algo puedo hacer—. Trish lo miró asustada. ¿Quién era aquel hombre?, no era un mendigo al uso; parecía alguien importante, alguien que quería ir de incógnito. La esencia de un hombre relevante en el frasco de un vagabundo. —No te entiendo. No quiero que hagas daño a Pitt, es un buen hombre, pero un cobarde. No debería haber venido—le pidió Trish. –No le pasará nada. Por ahora tienes que volver a tu casa y blindarte, o a un motel un par de noches. Conozco uno muy agradable con desayuno incluido…—no quiero ir a un motel— respondió Trish. De repente aquello le empezó a dar miedo. Max sabía que la había asustado así que decidió centrar la conversación en ese tal Pitt. –¿Cómo dices que se llama?, Pitt…—Lauvergne—terminó la frase Trish. Pitt Lauvergne; ese nombre le traía muchos recuerdos a Max. Tantos que se tuvo que sostener la cabeza con las manos.

3.Trish y Pitt, I Want your Lovin´

Pitt conducía por la calle principal de la ciudad. Un nerviosismo persistente le recorría desde los pies hasta el cuello. Daba bruscos volantazos, se le caló el coche un par de veces y rugía como si necesitase respirar, pero Pitt no podía parar. Llegaba tarde a su cita con aquella mujer que le estaba amargando la vida. Tampoco le importaba. No quería verla. Hace un par de años, cuando empezó a acostarse con frecuencia con ella, aquello le parecía una idea fantástica. Se acostaba con una mujer, y volvía al calor del hogar con otra, que le quería y que le daba la estabilidad económica que necesitaba. No siempre iba bien en el bufete y ahora que las cosas empezaban a irle bien en el despacho, a Pitt se le complicaba la vida clandestina que había llevado.
No podía prever, que aquello ocurriría, que esa mujer se quedaría embarazada de él, pero tampoco entendía su obstinación en tener el niño, o la niña, o lo que fuera. Le parecía una chica soñadora, obcecada y algo imbécil. La quería, o por lo menos la había querido. Ahora le gustaría que desapareciera de su vida.
Allí estaba ella, en el viejo aparcamiento donde se habían reunido las últimas veces, ya que él no quería volver a quedar en su casa. Nunca había nadie, y por ello era un buen lugar para hablar. La mañana era tremendamente fría, pero en aquel lugar parecía como si uno se sintiera más resguardado, aunque cuando Trish empezó a gritar, el vendaval hizo olvidar a Pitt cualquier sensación agradable. –Pitt, voy a ir a tu casa, voy a tener a mi hijo, y se lo voy a decir a tu mujer. No eres un político como para hacerme tantas falsas promesas. “Te quiero Trish, me divorciaré Trish, dame tiempo Trish”, eres basura—terminó de decir Trish exhausta. –Baja la voz mujer. ¿Cuánto dinero quieres?, he encontrado una buena clínica en Los Ángeles para que abortes. El médico es cliente de mi bufete y me ha aseg…—respondió Pitt que no pudo terminar antes de que Trish lo interrumpiese. – ¡No quiero dinero, no quiero abortar, ni siquiera te quiero hijo de puta!—gritó Trish. –Cálmate—suplicó. –No quiero—lloraba Trish—no era tan difícil. Solo te tenías que separar de tu maldita mujer, y seríamos felices, pero no quisiste y mira donde hemos llegado. Claro que te quiero Pitt—farfulló Trish, que se había recompuesto y se había limpiado las lágrimas llevándose por delante su maquillaje.
La discusión no avanzaba y solo era una ristra de insultos y posteriores disculpas que no llevaban a nada. Trish se percató de la presencia de alguien, pero no se lo dijo a Pitt. No supo porque, pero tal vez un testigo no le vendría mal, así que se calló hasta que Pitt se marchó en su cadiilac gris sin haber llegado a ningún acuerdo con ella.
Se acercó sigilosamente al lugar donde había visto la silueta y comprobó como el hombre que había estado allí, intentaba huir. Trish lo persiguió y lo cogió por la solapa de un abrigo andrajoso. No era más que un mendigo, pero un impulso le hizo decir—Necesito hablar con alguien—el hombre asintió. Le escribió en un papel su número y su nombre y se marchó con paso rápido.
Por la tarde recibió una llamada. Al otro lado, una voz suave le dijo que si quería podían quedar en el bar de Siffredi a las 7. Le pasó la dirección y colgó. Trish se quedó sentada en su sillón durante largo rato, sin pensar en nada.

4.Pitt y Julia, Out of Time Man

Pitt bebía su café mientras echaba un vistazo al periódico. No se centraba en ninguna de las noticias, paseaba por los titulares sin posarse en ninguno. Estaba nervioso, como cada vez que se iba a encontrar con Trish, y aunque hacía múltiples esfuerzos, como que no le temblaran las manos o la voz, Julia se lo notaba. Siempre conseguía evadir las preguntas que le hacía con alguna broma, que también le servía para relajarse, pero aquel día era diferente. No se notaba con ganas de bromear, así que apostó por otra estrategia cuando ella le preguntó si estaba bien. –Estoy bien cariño, pero hoy tengo un caso importante—dijo Pitt. Julia preguntó que de qué se trataba. –Verás, es una chica que ha venido a nuestro bufete, diciendo que está embarazada de un hombre que no es su marido, si no su amante, y él se niega a tener el hijo, o por lo menos hacerse cargo de él, ya que tiene una familia y es feliz, y a ella solo la considera un despiste, algo pasajero, sin trascendencia—terminó de decir Pitt. Julia lo miró con aire reflexivo. Estaba pensando en cómo lo resolvería.
-Por cómo me lo has contado parece que lo supieras de primera mano—dijo Julia
-Bueno, ya sabes que me tomo el trabajo muy en serio—respondió Pitt
-Deberías relajarte, parece que estas cosas te afectan como si fuesen algo personal-
-Lo sé, ya me conoces, pero ¿tú qué harías, o que consejo le darías?-
-Mmm, le diría que es lo que pasa cuando pretendes que por chupársela a alguien, la otra persona va a cambiar su vida. Hombres, mujeres, todos necesitamos desahogarnos de la rutina, del día a día. El problema es el hijo; pero como es ella la que te ha pedido ayuda, tendrás que encontrar algún requiebro jurídico para que el hombre asuma su paternidad y se haga responsable de lo que ha hecho, de su “despiste”—dijo Julia haciendo énfasis en la última palabra.
Pitt no se esperaba aquella respuesta. Por un lado parecía que Julia conocía sus escarceos con Trish, pero que los asumía y los aceptaba, dando a entender que ella también había tenido sus aventuras. Por otro lado le decía que debía cargar con lo que había hecho al no haber tenido cuidado. No sabía que pensar. Pitt le dio las gracias, un beso y se marchó más nervioso que antes, si es que eso era posible.

5.Julia y Max, Black Night
Max estaba en casa de Julia. Julia en aquel momento no estaba casada. Max no sabía muy bien qué hacía allí, solo que Julia le llenaba la copa de vino constantemente. Pensándolo bien, sabía perfectamente porque estaba allí. Julia empezó a acercarse suavemente a sus labios y Max la evitó como pudo. –No puedo—dijo Max. –Estás despedido—dijo Julia.
Max salió de su casa rápidamente. No quería seguir allí. Estaba relativamente ebrio y aquella mujer le daba miedo. Intentaría cualquier cosa por mantener a flote su reputación y su empresa y ella sabía que Max era el único que podía hundirla. Sus demás empleados estaban demasiado ciegos como para poder verlo. Volvió a casa, con su mujer y sus hijos y se recostó junto a su mujer y la abrazó con fuerza. Ella se revolvió y le devolvió el abrazo.
Max era el secretario de Julia, y había descubierto un desfalco en las facturas, algo que no concordaba; una desviación de fondos hacia sus propias cuentas, e inocentemente le había preguntado si era un error, porque no concebía que Julia hiciese eso; pero cuando se lo comentó y ella cerró la puerta de su despacho y le dijo “ven a mi casa mañana y lo hablamos con tranquilidad” supo que era cierto. Que Julia se había estado lucrando de las ganancias de su empresa.
Los siguientes meses Max preparó junto a un abogado de primera, o eso decía su bufete, llamado Pitt Lauvergne una defensa férrea. Las pruebas eran concluyentes, pero en el juicio esas pruebas desaparecieron como por arte de magia; las preguntas que les hizo a los testigos no eran las pactadas y después se supo que Pitt Lauvergne había empezado a salir con Julia. Max tuvo que pagar unos honorarios que prácticamente lo dejaron en la ruina, aparte de que había perdido su trabajo. Pitt le dijo que lo sentía mucho pero que así era la vida. Max no tenía ni fuerzas para darle un puñetazo. Su mujer e hijos lo dejaron y Max empezó a vagar sin rumbo por las calles después de que el banco le embargara su casa por no poder afrontar la hipoteca, la luz o el gas.

6.Max y Johnny, Key to the highway

Max después de su cena con Trish, barajó las diferentes opciones para ayudarla. Podría hablar él mismo con Pitt, pero seguramente le reconocería, y además él no imponía lo suficiente como para decirle que no le hiciera nada a Trish y que la dejase actuar libremente; le habría encantado darle una paliza y decirle que así era la vida; que la vida te devuelve lo que tú le das, pero él no era así y desechó aquella posibilidad.
Entonces pensó en Johnny, Johnny PechoHojalata, así lo llamaban porque recibió tres balazos en el pecho y sobrevivió. Era un sicario de poca monta, pero a raíz de aquel suceso se había formado una leyenda sobre él, y había ganado bastante respeto en la ciudad. Max sabía que era arriesgado contactar con él, por lo que pudiera hacer. Estaba algo desequilibrado, pero siendo realistas, Max no podría pagar a alguien más cualificado para lo que él necesitaba. Alguien que lo intimidase y le dijese que si a Trish le pasaba algo, a él le pasaría lo mismo pero elevado al cuadrado. Johnny no sabía ni lo que era una potencia como para decirle aquello.
Max lo conocía bien. Le hizo un favor cuando la policía lo estaba persiguiendo hace años por un intercambio de drogas que salió mal. Johnny le pidió ayuda desesperado y Max lo guió a través de unas callejuelas por las que Max había aprendido a moverse como un guepardo. Sigiloso, rápido y efectivo. Nunca le había pedido nada a cambio, aunque Johnny después de eso le ofreció trabajar para él, pero Max tenía unos principios. Ahora veía como esos principios se desmoronaban.
Max después de dudarlo, llamó a Johnny y le dijo el plan. Eran algo más de las ocho de la tarde. –No quiero que le agredas, si acaso una pequeña caricia para que sepa que vas en serio. Espero que lo entiendas Johnny—dijo Max. –Claro amigo. Asustarlo, sin más, y si no le entiende un puño americano directo a su ojo. Claro que lo entiendo—respondió Johnny al otro lado del teléfono. Max resopló; le dio la dirección de donde trabajaba y le dijo que lo esperase y estudiara su ruta un par de días para elegir el mejor momento. Aquello no le daba ninguna seguridad. Trish ni siquiera le había pedido ayuda, solo quería hablar con alguien, pero Max sabía cómo iban estas cosas; siempre perdían los débiles y aquella era una oportunidad de cambiar el rumbo. Además, un sentimiento interno de vendetta le recorría las entrañas, aunque intentase negárselo a sí mismo.

7.Johnny y Pitt, broken bones

Johnny, después de seguir un par de días a Pitt y conocer su ruta, pensó que el mejor momento era cuando salía de trabajar e iba a por su coche. En aquel momento, todo estaba muy oscuro en aquel parking público y no salía acompañado por nadie, pero para asegurarse de que nadie le viera, se quedaría esperando dentro de su coche, como en las películas, le apuntaría con una pistola y lo controlaría a su antojo. Lo llevaría a un pequeño descampado y le daría una buena paliza. Max no entendía de estas cosas. O las cosas se hacía bien o no se hacían; esa era la filosofía de Johnny. Con palabras no iba a conseguir nada, así que lo mejor era pasar al segundo plato directamente; a que hablase su mejor argumento, sus puños.
El plan salió a la perfección. Pitt salió como siempre de su trabajo hacia las nueve de la noche, Johnny lo sorprendió dentro de su coche, lo llevó al pequeño descampado y le dio una paliza que hasta él se tuvo que poner hielo en los nudillos al volver a casa. A cada golpe decía, “esto es por Trish. Si le pasa algo, en la próxima no te dejo con vida”. Más o menos era lo que Johnny  le había dicho que dijese. Quizá más menos que más, pero que más daba. El mensaje le iba a quedar claro. Cuando terminó, en un arranque de piedad, se fue a una cabina cercana, y llamó a una ambulancia. Estaba inconsciente, pero sobreviviría, o eso quería pensar Johnny.
Johnny llamó a Max y le contó la situación. Este le gritó, le insultó y le dijo que era un inepto en su trabajo. Aquello no le ofendió porque no sabía lo que era. Le sonaba a salsa exótica. “Ponme una lubina, pero con inepto, que le da un buen sabor”. Se rió de sus propios pensamientos y se fue cuando empezaban a sonar las sirenas de la ambulancia.

8.Max, Hero?

Después de recibir la llamada de Johnny, Max volvió a entrar en el bar de Siffredi, el único techo que se podía permitir. La barba le volvía a salir, el pelo pronto se le descontrolaría, y su mandíbula mellada seguiría allí. Se apoyó en la barra cansado de todo. Todos aquellos sueños de cambiar de vida, de una segunda oportunidad, se desvanecieron como huellas en la arena, como gotas de lluvia en un cristal. Todo parecía haber sido un espejismo. Sabía que aquello era lo más probable, que Johnny le asestara una paliza a Pitt Lauvergne, y por dentro quería que aquello ocurriera, pero después de todo, el fuego de su venganza se había mitigado, y ni siquiera se sentía cómodo consigo mismo. No conseguía encontrar la postura en el taburete. Pidió otra cerveza a Siffredi y se quedó sentado largo rato.
¿Héroe?, ¿villano? Depende del lado del que lo mires, claro. Quería creer que había salvado una vida, que a lo mejor ni siquiera estaba en peligro, pero que se había hecho creer que si lo estaba, y que lo que estaba haciendo era lo correcto. Para salvar una vida, quizá había arruinado otra. Después de ir dando tumbos, se refugió en su pequeño rincón del parque, y concilió el sueño de los borrachos. Un sueño pesado, irregular y lleno de dulces pesadillas.
A la mañana siguiente, Trish lo llamó histérica, después de haberse enterado de lo que le había hecho a Pitt. Max intentó explicarle, que ese no era su plan y que lo sentía, pero ella le dijo que se lo diría a la policía, que era un monstruo. Pitt era un gallina, pero no se merecía aquello y jamás le habría hecho daño. Colgó y Max se incorporó como pudo y se sentó en aquel banco. Tenía algo de resaca, y los gritos de Trish no habían ayudado a mitigarla. Cogió sus escasas pertenencias escondidas en un seto cercano, y fue al centro comercial como cada mañana, pero esta vez, todo le olía a despedida. Johnny le llamó y le dijo que lo mejor es que se fuera de la ciudad, que las cosas se podían poner chungas. Max lo sabía. Todo aquello que él había creído que era su segunda oportunidad, no lo era, pero quizá esta vez sí. Otra ciudad, otro comienzo.
-Hola Bonnie. Me voy de la ciudad y quería decirte adiós—dijo Max
-Hola cariño. Llevo años esperando que lo hagas. Te mereces un nuevo comienzo—respondió Bonnie.
-No creo, pero aún así me lo voy a permitir—Max caminó hacía el horizonte con paso decidido.