sábado, 26 de noviembre de 2016

Miradas cruzadas

Sharp contempla lacónico la playa. Era noviembre; está vacía. Mira a la chica que camina junto a él. Sharp siempre había sido parco en palabras. No sabe de qué hablarle. Vuelve la vista a la playa. Ve como una mujer se adentra hasta llegar a la orilla. La mujer sigue andando, mete los pies en el agua y una ráfaga de viento le mueve el pelo color azabache. Se gira y le dice adiós con la mano. Corre y desparece en el mar. Sharp se frota los ojos incrédulo. No sabe si preguntarle a la chica que sigue a su lado si acaba de ver lo que él ha visto, porque no se sabe su nombre. Es más, ¿por qué estaba caminando junto a ella? ¿Quién era? Vuelve a frotarse los ojos. Desaparece. Sharp se sienta apesadumbrado en el muro de la playa. Mira hacia una ventana iluminada de los edificios de enfrente. Ve a un chico con la mirada perdida en algún punto. Sharp quiere pensar que él sí ha visto lo que acaba de pasar.

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Jamison está de pie frente a la ventana. No está enfocando ningún lugar en especial. Escucha como Marie cierra la cremallera de la maleta. Oye sus gritos, pero no los escucha. Sabe que su relación se estaba alargando innecesariamente. No se querían desde hacía demasiado. Por un momento piensa en el comienzo del noviazgo. Nunca fue idílico, pero les gustaba vivir con esa adrenalina. Ahora ya, están cansados. Ninguno de los dos tiene veinte años. Jamison mira a Marie tal vez por última vez, antes de que cierre de un portazo y se marche de esa casa.

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Marie por fin está a punto de comenzar una nueva vida que no había querido empezar por cobardía. Por fin Jamison desaparecería de su vida. Le dedica unos últimos insultos antes de marcharse. Se los merece por haberle hecho vivir en un infierno de discusiones innecesarias. Es verdad, al principio estaba bien. Siempre acababan riéndose o en la cama, pero ella ha madurado. Por fin el ansiado nuevo comienzo. Cierra la puerta y borra el recuerdo de Jamison. Ve como el vecino de enfrente abre su puerta para entrar en casa. "Voy a empezar de cero" le grita Marie con entusiasmo. Él se gira y le sonríe.

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Carlton lleva un día de perros. Las nubes tampoco ayudan a que mejore su estado de ánimo. Solo quiere llegar a su casa, ponerse sus sandalias, hacerse un chocolate caliente y ver como Tod juguetea con el hueso de plástico que le compró la semana pasada. Tal vez no sea una vida de grandes emociones o intensos placeres, pero para él es suficiente. Cuando está a punto de abrir la puerta de su casa, oye como la vecina le grita que va a empezar de cero. Carlton le sonríe. Luego piensa que tal vez haya cortado con Jamison. Pobre hombre. A lo mejor le haría una visita y le llevaría algo para cenar. Mientras está haciendo el chocolate, mira por la ventana y ve a la vecina del piso inferior tendiendo la ropa. Se fija en su escote. Después aparta la mirada. "No seas inmoral Carlton" se dice mientras le da un trago a su chocolate humeante.

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Saphia cree que está embarazada. Aun no se lo ha dicho a Francesco. Lleva notando un par de semanas extrañas náuseas y mareos. Es muy posible que lo esté. Pronto se hará el test de embarazo, aunque le da miedo confirmar sus sospechas. Sin embargo si tiene un hijo prefiere que sea niña. Francesco ya tiene dos hijos con su anterior esposa. Está tendiendo la ropa. Cuando termina, jadea exhausta. Se sienta en el sofá, pone la tele y comprueba que es la hora a la que empieza su comedia favorita. Se ríe de lo sobreactuado que es ese capítulo en especial. Durante un momento desvía la vista hacia el enorme ventanal del salón. Ve a un chico sentado en el muro de la playa. El chico está taciturno. Es bastante atractivo. Hay algo enigmático en él.

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Sharp piensa en todas esas mujeres que su mente imagina. No sabe por qué le pasa eso. La edad tal vez. Lo que a él le gustaría sería encontrar las palabras concretas con las que hacer reír a Carmen, la española que llegó a su instituto el curso pasado. Sabe que es real porque la gente habla con ella y de ella. Tal vez esas mujeres sean su entrenamiento para sacar algo de valor. "Me falta iniciativa" piensa. Se pone de pie y mira de nuevo la playa. Ve como el cielo se está oscureciendo y las olas cada vez son más altas y violentas. A veces, a él también le gustaría ser el producto de la imaginación de alguien. Empieza a caminar con paso ligero antes de que empiece a llover.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

El pez

-Saray, tienes un nuevo compañero. Está en tu habitación, me dijo mi madre con una sonrisa en la cara. La miré con desprecio, como siempre. Fui hacia mi habitación y contemplé al pez que estaba encima de mi mesa, dentro de una bolsa de plástico con agua. Era de un azul eléctrico hipnótico. –Bueno, ¿Y qué nombre le vas a poner?, preguntó mi madre, pero sus palabras se perdieron antes de llegar a mí. Estaba absorta mirando ese pez, yendo de un lado a otro de la bolsa. No podía soportarlo. Me resultaba demasiado bello y terrible al mismo tiempo. No lo metí en la pecera que mi madre había dejado al lado. En lugar de eso, abrí el cajón de debajo de la mesa de mi habitación y metí la bolsa, al tiempo que miraba al pez cara a cara, y veía en sus ojos una expresión de clemencia, de necesidad de libertad. Cerré el cajón y traté de olvidarme, pero estuve toda la comida inquieta. Había algo en ese pez que me causaba una incomodidad irracional.

Cuando volví a mi habitación, abrí de nuevo el cajón y examiné al pez detenidamente. Empecé a presionar la bolsa por un lado dejando la zona del pez casi sin agua y vi con expresión triunfante como se movía erráticamente dando saltitos buscando algo de agua para respirar. Devolví la bolsa a su estado natural y supuse que el pez suspiraría aliviado, sin embargo, mi impulso de causarle daño a ese animal no acabó ahí. Empecé a presionarle en el centro de su cuerpo para ver si se salían sus ojos como en los dibujos. No podía explicar porque estaba haciendo todo aquello, pero algo me exigía causarle ese daño al pez. Noté como su azul eléctrico, empezaba a perder brillo. Su vida estaba marchitándose y yo lo sabía. Sé que estuve toda la tarde realizándole todo tipo de atrocidades. 

Después de cenar me preguntó mi padre si me había gustado mi regalo. Le dije que sí, encantada. Era feliz con mi nuevo amigo. Mi padre sonrió y siguió viendo la televisión.
De repente cuando estaba a punto de dormirme, una sensación de remordimiento irrefrenable empezó a surgirme en el estómago. Me levanté rápidamente, para comprobar el estado del pez. Supuse que habría muerto ya que no le había dado nada de comida, y lo había torturado todo el día, pero en vez de eso, me encontré a un alegre pez, moviéndose sin parar. Cambié el agua de la pecera, y saqué al pez de su prisión. Cogí algo de comida que mi madre había dejado en mi estantería para el pez y la eché en la pecera. Me sentí reconfortada. Un atisbo de humanidad se había encendido en mí. Después de eso, sonreí ligeramente y me sumí en un profundo sueño.

Cuando me desperté, el cuarto estaba oscuro y el suelo en el que estaba tumbada era extraordinariamente duro. Al principio no entendí nada de aquello, pero cuando me estaba preguntando qué hacía allí, la realidad me golpeó de lleno. Seguía encerrada en ese habitáculo. Los huesos me dolían por el frío y mi piel estaba llena de moratones y cardenales. Tenía un par de heridas preocupantes, que seguramente necesitaban asistencia médica. Vi como la rendija de la puerta se abría y me pasaban un plato de comida, si a aquello se le podía llamar comida.

Me incorporé y recogí el plato. Esta vez no tenía miedo. Esta vez el pez había sobrevivido en ese sueño recurrente. Esta vez había esperanza. Con fuerzas renovadas comí todo lo que había en el plato para recuperar algo de mi energía. Empecé a oír voces de fondo. Tal vez venían a por mí. Tal vez.